miércoles, 14 de junio de 2017

La guerra abierta contra la educación pública


Por JULIÁN DE ZUBIRÍA SAMPER* 

 6/13/2017 


En Colombia hay una batalla mediática y financiera en contra del sistema educativo público. El país y la sociedad en conjunto necesita defender el sector, esencia de la democracia.
“Un país que destruye la escuela pública no lo hace nunca por dinero, porque falten recursos o su costo sea excesivo. Un país que desmonta la educación, las artes o las culturas está ya gobernado por aquellos que sólo tienen algo que perder con la difusión del saber”. Con estas palabras, la filósofa italiana Gabriella Giudici caracteriza la guerra que, de tiempo atrás, se libra en algunos países del mundo contra la educación pública.
En Estados Unidos esta batalla va contra todo el legado de Obama en materia social. Recientemente echaron para atrás sus logros en salud y ahora van por el derecho a la educación. Para lograrlo, Donald Trump nombró como secretaria de la cartera educativa a Betsy Devos, quien afirma que la educación pública es "un sistema hermético, una industria resistente al cambio, un mercado cerrado […] un monopolio, un callejón sin salida". Por ello, propone tomar los recursos que se destinan a este fin y trasladarlos a entidades religiosas y con ánimo de lucro para la prestación del servicio.
En Colombia no hemos llegado tan lejos, aunque vamos en la misma dirección. Una y otra vez se dice que las universidades públicas son centros de formación de guerrilleros y desadaptados. Aunque a quienes quieren descalificarlas los contradicen los resultados en SABER Pro, en las evaluaciones internacionales y los estudios de valor agregado y en investigación, ellos no paran de reiterar que son costosas, de baja calidad y que sus profesores ganan demasiado y trabajan poco. La educación pública está sujeta a una guerra mediática de desprestigio y a una guerra económica que la estrangula financieramente.
Recientemente, Rodrigo Lloreda, ex ministro de Educación, declaraba que “el deber del Estado no es sostener universidades sino garantizarles a los colombianos, en razón al mérito, acceso a la mejor educación oficial o privada”. Al decirlo, desconoce que la educación es un derecho y que el deber del Estado es garantizarlo no sólo a los que tienen “más mérito”. Como puede verse, algunos ven la educación como un servicio o una mercancía. Por el contrario, en las democracias verdaderas, la educación es un derecho que el Estado debe garantizar.
El problema financiero de las universidades públicas es estructural y creciente porque sus ingresos crecen a un ritmo menor que sus gastos. Esto es así porque la Ley 30 de 1992 estableció transferencias anuales incrementadas con bases en el IPC, en tanto sus gastos lo hacen a un ritmo superior: los estudiantes se multiplican, los docentes tienen cada vez más títulos e investigaciones y la población en posgrados viene en aumento. La Nacional, por ejemplo, tiene un 18 % de estudiantes en maestría, lo que cuesta, en promedio, tres veces más que un joven matriculado en pregrado. También tiene el 91 % de sus profesores con maestría y doctorado, lo que le genera pagos mayores por su salario.
En el 2012 se trató de incluir como política de Estado el ánimo de lucro en la educación superior colombiana, supuestamente para mejorar cobertura y calidad. La MANE (Mesa Amplia Nacional Estudiantil) la derrotó en las calles. ¿Se quedará quieta ahora que retorna la privatización disfrazada con el programa Ser Pilo?
El programa SPP es la expresión en Colombia del subsidio a la demanda creado por Milton Friedman como estrategia para pasar el sistema educativo a manos privadas. Aun así, somos el único país del mundo en el que la cofinanciación en los programas de subsidio a la demanda es nula. Es decir, el Estado paga el 100 % del valor de la matrícula de los “pilos” y las universidades más costosas apenas asumen unos pocos almuerzos. En este contexto, de los recursos públicos, el 98 % en el 2015 y el 94 % en 2016 y 2017, han ido a parar a manos de las instituciones de educación superior más costosas para atender a los 30.500 “pilos” seleccionados hasta el momento.
A esto hay que añadir que los recursos del impuesto a la renta para la equidad, conocidos como CREE, y los dineros recaudados en la reciente reforma tributaria adquiridos con el incremento en el IVA se están destinando a financiar el programa SPP, el cual el gobierno quiere convertir en política pública. Si se hace sin reestructuración, cerca de un billón de pesos del Estado se comenzarán a trasladar anualmente, a partir de 2018, hacia las universidades privadas más costosas del país.
Lo que está en juego no es un programa particular, sino la manera como el país garantizará el derecho a la educación de las próximas generaciones. En Chile, Bachelet se comprometió a la gratuidad en la educación universitaria para el 50 % de los jóvenes de familias de menores recursos. Ahora que ya lo cumplió, va por el 60 % en el 2018. En Argentina, la educación superior pública es gratuita desde hace tiempo. En Colombia hemos armado la más grande campaña publicitaria para un pequeño y costoso programa que atiende al 2 % de los graduados anualmente de la educación media.
Con muy pocas excepciones, la mejor educación en el mundo la tienen los colegios y universidades públicas. Pública es la educación de los países que acaparan los mejores resultados en las pruebas PISA como Finlandia, China, Canadá o Corea. Los países del norte de Europa saben que una educación pública de calidad es la mejor inversión posible para consolidar la democracia y el desarrollo de una sociedad.
De otro lado, y como todos hemos visto nuevamente en días recientes, en múltiples ocasiones Fecode ha salido a las calles para protestar por las pésimas condiciones salariales y de salud del magisterio. Tienen toda la razón. El trabajo educativo es agotador física y emocionalmente y las condiciones laborales siguen siendo muy precarias para compensar el esfuerzo. Por eso, el país y la sociedad entera deben apoyar su lucha, sin reservas. Sin embargo, pocas veces los docentes han salido a la calle en defensa de las transformaciones pedagógicas y curriculares necesarias que nos conduzcan a mejoras en la calidad. Pocas veces han reconocido la necesidad de replantear por completo los programas de formación inicial y permanente de los docentes para que, por fin, logremos transformar las prácticas pedagógicas. Muchos extrañamos el liderazgo que tuvo este sindicato en el Movimiento Pedagógico de los años noventa, el cual se diluyó por completo en las últimas dos décadas. Ahora la lucha por la reivindicación gremial, profundamente justa, pero es sólo una parte del problema.
¿Qué futuro le espera a un país si en el Ministerio de Educación Nacional (MEN) comienza a tomar fuerza la tesis de que es mejor debilitar la educación pública y desplazar los escasos recursos hacia subsidios en las universidades privadas? ¿Qué futuro nos depara como sociedad si el movimiento sindical del magisterio levanta exclusivamente sus reivindicaciones gremiales, dejando de lado los aspectos propiamente pedagógicos? ¿Qué perderían quienes hoy gobiernan si las nuevas generaciones alcanzaran la tolerancia, lectura y el pensamiento crítico, gracias a que fueron formados en una educación pública robusta y de muy alta
La educación pública mejoraría significativamente si los principales dirigentes del MEN, de las Secretarías de Educación y de Fecode matricularan a sus hijos en las instituciones de educación oficial, algo que la gran mayoría actualmente no hace. Ese día, todos ellos trabajarían conjuntamente para garantizar recursos, calidad e innovación para la educación pública. Como esto no se está logrando, tendremos que construir, entre todos, un amplio movimiento social y cívico en defensa de una educación pública de muy alta calidad.
*Director del Instituto Alberto Merani y Consultor en educación de las Naciones Unidas.
Twitter: @juliandezubiria

Fuente: SEMANA.COM
http://www.semana.com/educacion/articulo/la-crisis-de-las-universidades-publicas/528359

martes, 30 de mayo de 2017

Filosofía para Adolescentes

Por: Diego Felipe Aparicio González *


Puede que muchos de los estudiantes de décimo y once estén hartos de ese profesor de filosofía y sus preguntas existenciales, de su constante cuestionamiento de dios y sus debates sobre el ateísmo, pero la filosofía va mucho más lejos que eso. ¡Muchachos, la filosofía no es aburrida!
Para hablar de esta, primero debemos tener claro qué es. “La filosofía es el estudio de una variedad de problemas fundamentales acerca de cuestiones como la existencia, el conocimiento, la verdad y la moral”… Pero como se mencionó anteriormente, la filosofía siempre va mucho más allá. Esta influye de gran manera en la vida de los adolescentes, más específicamente en su forma de pensar y de ver las cosas que los rodean.
Los seres humanos hacemos uso de la filosofía, inconscientemente, en gran parte de nuestra vida. Cuando nos asombramos por algún acontecimiento estamos (instintivamente) filosofando. “el asombro es el origen de la filosofía” exponía Aristóteles en su metafísica.
Queramos o no la filosofía siempre estará presente en nuestra vida, sin embargo debería presentarse con más intensidad en la adolescencia ¿Por qué? Porque de esta etapa depende el futuro de las personas. Como los estudios psicológicos lo demuestran la adolescencia es la etapa de mayor susceptibilidad a problemas sociales como las drogas, el alcohol o a tendencias de pensamientos banales y superficiales que conllevan a un desperdicio de potencial o de todo lo que esta nueva generación tiene por ofrecer al  futuro del país.
Aplicando la filosofía, los adolescentes adoptarían un pensamiento más crítico, al adoptarlo serían más maduros, más conscientes y más capaces de tomar decisiones que traerán consigo resultados positivos para todos los aspectos de sus vidas.
¿Cómo obtener la filosofía? Como gran parte del conocimiento se obtiene, leyendo. Leer  alimenta nuestro cerebro, esto quiere decir que trae consigo innumerables beneficios para los que lo hacen y si leemos desde jóvenes, al llegar a la adultez contaremos con un gran número de conceptos y conocimiento.

“Los libros que lees de joven, te acompañan por el resto de la vida”-J.K. Rowling.
* Estudiante de décimo grado de la Escuela Normal de Piedecuesta

domingo, 7 de mayo de 2017

Adolescentes con baja autoestima son más adictos al celular

Por: AGENCIA SINC

Una investigación española concluyó que rasgos como una baja autoestima, así como escasos niveles de responsabilidad y estabilidad emocional predisponen a los adolescentes a padecer una dependencia de los smartphones. 



El rápido desarrollo que ha experimentado la tecnología en los últimos años ha hecho variar los hábitos de las personas, especialmente en cuanto al uso de los teléfonos inteligentes. Algunos estudios muestran cómo en países como Estados Unidos, un 92% de los adolescentes se conectan al móvil cada día, y un 24% de estos dicen que están en línea casi de forma constante. 
De hecho, el número de móviles ha superado por primera vez la población mundial, y España se ha colocado como líder en Europa en el mercado de smartphones.
En este contexto, los investigadores Joan Boada, Lídia Argumosa y Andreu Vigil, del grupo del departamento de Psicología de la Universidad Rovira i Virgili (URV), han llevado a cabo un estudio entre alumnos de bachillerato y universitarios que indica que existen variables de la personalidad que predisponen a padecer adicción a los smartphones. Los investigadores realizaron encuestas de evaluación a 250 estudiantes
Rasgos fundamentales
El trabajo, el primero que se lleva a cabo en población latina y de habla castellana, muestra que hay cuatro rasgos fundamentales para que aparezca esta adicción: el que más destaca por encima de todos es la baja autoestima, seguido de un grado elevado extraversión , y poco nivel de responsabilidad y de estabilidad emocional.
Para llegar a estas conclusiones, los investigadores realizaron encuestas de evaluación a cerca de 250 estudiantes, que incluían un test de autoestima y otro de personalidad. Estas características de la personalidad, además, tienen carácter acumulativo, por lo que personas con baja autoestima y poca estabilidad emocional tendrán más predisposición a padecer esta adicción que otras que sean extrovertidas, por ejemplo.
Una vez evaluados a los estudiantes, ahora los investigadores quieren ampliar la investigación sobre esta adicción al ámbito laboral. 

Fuente: El Espectador 

martes, 18 de abril de 2017

La religión hace esclavos felices

Por: Jorge Gómez Pinilla


La compasión es un sentimiento que practican los cristianos y los budistas, con una diferencia: los primeros la practican para alcanzar el cielo, los segundos como norma de vida. La compasión podría entenderse también como sinónimo de amor al prójimo, y es lo que siente un agnóstico sensible al ser testigo del grado de esclavitud mental inherente al pensamiento religioso.
Las primeras esclavizadas fueron las mujeres, desde el día en que a algún israelita con alto poder de convicción, aburrido quizás de la dificultad que se presentaba para tratar con las caprichosas féminas de la tribu, se le ocurrió la brillante idea de meterles culpa teológica y se inventó la fábula de una pareja compuesta por Adán y Eva a la que Dios había puesto sobre el paraíso terrenal para que fueran felices y comieran perdices. Pero la compañera del obediente hombre no había resistido la tentación de comerse la manzana prohibida que le acercó una serpiente, y desde ese día una y otra —hembra y serpiente— quedaron emparentadas.
Lo trágico del asunto es que por algo tan insignificante como la satisfacción de un nimio antojo femenino (algo que Dios habría podido resolver con una amonestación o una simple nalgada, qué sé yo), se armó un zaperoco de padre y señor mío y quedamos todos atados por el cuello a la noria de la culpa. Sobre todo las mujeres, a quienes por cuenta de ese desliz se les decretó “sumisión y obediencia al varón”, según el mandato divino consignado en el Antiguo Testamento.
Desde esos días nefastos para la humanidad asumimos a Dios como un ser que gobierna nuestras vidas, toda una autoridad sacramental a la que después de muertos tendremos que ir a rendirle cuentas para que él en su magnánima sabiduría decida si nos manda a arder en las llamas del infierno o nos invita a compartir su beatífico reino…
En este contexto, el gancho que agarra a católicos, evangélicos y cristianos con Jesucristo reside en que "Él murió por nuestros pecados". Lo asumen como verdad incuestionable, y cuidadito si usted la pone en duda, porque les estaría faltando al respeto. Están sumergidos en el pantano de una culpa heredada de generación en generación, como algo congénito, y eso —dicen— es algo que hay que respetarles. Visto el asunto con ojos analíticos, ahí se aprecia una especie de chantaje: naciste pecador, pero Cristo te redimió con su muerte. Y lo peor del asunto es que “sin Cristo no te salvas”. Suena abominable. ¿Cómo así que nací pecador? ¿De cuándo acá debo yo cargar con culpas ajenas por el solo hecho de haber nacido? Ahora bien, si se dice que él murió para salvarnos del pecado, ¿cuál es el rollo? ¿No significa eso que se acabó la película de la culpa por el pecado original? ¿O fue que quedaron algunos intereses pendientes de la deuda contraída en el paraíso…?
Estas reflexiones vienen de una publicación que hice en mi muro de Facebook el pasado Viernes Santo, a raíz de una imagen donde el canal TRO anunciaba el cubrimiento de la Procesión Infantil de Pamplona con una imagen de una niña cargando en sus brazos al Jesucristo crucificado sobre una cruz de madera, y detrás se ve a otras dos niñas vestidas de monjas. Publiqué la foto, acompañada de este texto: “Además del bautizo en estado de indefensión, esto debería ser considerado como abuso infantil: los encarrillan en una religión cuando aún no tienen criterios para definir sus creencias por cuenta propia. En lugar de que los pongan a cargar la imagen de un hombre sometido a salvajes padecimientos, deberían estar jugando”. (Ver foto).
Pues quién dijo miedo, un católico al que conozco y aprecio se lanzó en imprecaciones diciendo que yo debería ser declarado persona non grata del mismo pueblo donde ambos vivimos, y que no era digno de haber sido recibido en la casa de una mujer (también católica ella) cuyo hijo me brindó hospedaje durante los días aciagos en que yo era objeto de una persecución de la que ahora no quiero acordarme. Esto me sirvió de lección, de todos modos: pude apreciar que alguien cercano se sentía agraviado en lo más íntimo de su ser, y fue cuando decidí ‘respetar’ ese día santo para los católicos y silenciar mi publicación.
Por simple coincidencia, el Sábado Santo apareció entre mis recuerdos algo que había publicado tres años atrás en Semana.com: una columna donde manifestaba mi asombro ante el hallazgo de lo que a todas luces parecía ser —y sigue pareciendo— la tumba perdida de Jesucristo, y remataba con esto: “¿Qué podría ocurrir en el mundo católico occidental si hechas las comprobaciones de rigor resultara que esa tumba contuvo en efecto los restos de Jesús de Nazaret y su familia? Elemental, mi querido Watson: habría que comenzar por reescribir la Historia”. (Ver columna).
La respuesta de otro ofendido hasta los tuétanos dice así: “Cuando tú te mueras (…) estoy seguro que nadie te llorará pues con un carácter tan vinagre como el tuyo, solo alegría y entusiasmo despertará tu partida sin regreso. Si queman tus restos, solo serán ceniza negra como tu alma (si es que la conservas). Si te entierran, estarás tan podrido y maloliente como ahora, cuando pretendes quitarle su divinidad a Nuestro Señor Jesucristo y dejarlo reducido a su condición humana”. (Ver anatema).
Ahí observé que estaba frente a alguien inteligente y culto, pero arrebatado por un sentimiento de ira que se anidó en su alma, producto de la lectura de mi columna. Comprendí su dolor y alabé la calidad literaria de su diatriba, y por eso la conservo en mi egoteca. Hay personas que no están en condiciones mentales de prestar oído a argumentos demoledores desde el lado de la razón, porque si se convencieran de que han vivido atadas a un engaño se les vendría abajo la estantería de la Fe que les brinda seguridad espiritual, emocional y psicológica a sus vidas. Apenas comprensible entonces una reacción como esa, la de quien no encuentra salida diferente a la de desear la muerte. Ese hombre, entonces, me despertó compasión cristiana.
Jesucristo fue un gran hombre, con un valioso mensaje centrado en la caridad, pero aquí tiene cabida lo que una vez le dijo Mahatma Gandhi a un inglés que lo visitó: "Me gusta el Cristo de ustedes, pero no me gustan los cristianos. No se parecen en nada a Cristo". O como dijo Napoleón Bonaparte: la religión es lo que evita que los pobres asesinen a los ricos.
Fuente: El Espectador

sábado, 11 de marzo de 2017

La ciencia de comer cuento

Nueva evidencia científica explica por qué la gente cree en historias que a todas luces son falsas. El problema radicaría en la débil mente humana.

Mentir es innato en los seres humanos. Y se trata de un juego entre dos pues para que una mentira tenga éxito se requiere que alguien la crea. Como sucedió cuando un neoyorquino llamado David Golberg dijo desde su cuenta en Twitter que Bill y Hillary Clinton tenían una red de prostitución infantil en una pizzería de la capital de Washington. Muchos hicieron caso omiso de la información, pero Edgar Maddison Welch, un hombre de 28 años de Carolina del Norte, creyó el cuento y se dirigió al lugar con su rifle semiautomático para investigar él mismo la situación.
Tras disparar un par de tiros el individuo quedó preso. Este episodio y muchos otros en los que mentiras flagrantes hicieron carrera y determinaron no solo el destino de individuos sino de países fueron objeto de profundo análisis político. Pero recientemente el tema ha pasado a la arena de la psicología donde expertos buscan descifrar por qué la gente cree en información o historias obviamente falsas.

Lo más fácil sería calificarlos de ignorantes, pero los expertos indican que la respuesta es más complicada de lo que parece. Una teoría señala que el ser humano cree en mentiras para tener control. Y mientras menos tenga más tratará de “recuperarlo haciendo gimnasia mental”, dice Adam Galinsky, profesor de Kellog School of Management de la Universidad Northwestern. Pese a que esas ideas equivocadas los lleven por mal camino, Galisnky cree que en la mayoría de casos satisfacen una necesidad psicológica. Para demostrarlo, él y Jennifer Whitson, de la Universidad de Texas, hicieron un experimento que consistió en mostrar a un grupo de participantes dos tipos de imágenes, unas con puntos indefinidos y otras con dibujos claros.

Resultó que 43 por ciento de quienes manifestaron no estar en control vieron imágenes donde solo habían puntos. “Sus mentes asignaron sentido a algo que no lo tenía”, dicen los investigadores. En la vida real la gente también ve patrones frente a situaciones en las que se sienten vulnerables.
Según el historiador Michael Shermer, el ser humano está más predispuesto a creer que a desconfiar porque ello le da más seguridad. La gente cree en supersticiones y en teorías de la conspiración pues así los hechos fortuitos cobran sentido. Shermer, autor del libro The Believing Brain, señala que la aceptación de noticias falsas como verdaderas está íntimamente ligada a la disonancia cognitiva, una teoría que explica la tensión para que exista armonía en la mente entre las creencias y valores de un individuo. Muchos resuelven las disonancias aceptando la mentira como verdad.

Leer completo: Semana 

No puedo creer que tú no creas

  20 feb 2021  Por: Roberto Palacio * La estructura de sentido del creyente hace que a este le cueste trabajo entender cómo otro ha organiza...